El agua tiene memoria (y no olvida)
El agua regresa a donde siempre estuvo. Puede que la ciudad haya crecido sobre lo que fue un río, un pantano o una llanura de inundación. Pero el agua lo recuerda. Y cuando cae la lluvia —esa lluvia que ya no es mansa ni pasajera, sino intensa, torrencial, impredecible—, busca su antiguo camino.
Lo que muchas veces llamamos desastres naturales, en realidad, el resultado de ignorar esa memoria. Es la confrontación entre los ciclos del agua y nuestra necesidad de construir, de ocupar espacio, de olvidar que antes de una calle, hubo un cauce.
Y no somos los únicos. Esta es una realidad compartida a nivel global. Las soluciones, aunque diversas, tienen algo en común: todas nacen del entendimiento de que no podemos seguir tratando al agua como un enemigo.
Del control a la convivencia: lo que el mundo ha aprendido
En distintas partes del mundo, comunidades y gobiernos han replanteado su relación con los ríos. Los Países Bajos, por ejemplo, tomaron una decisión que a muchos podría parecer radical: en lugar de seguir conteniendo el agua con muros más altos, le dieron espacio. Con el programa Room for the River, rediseñaron ciudades y zonas agrícolas para permitir que los ríos se desborden sin causar desastre. Se movieron viviendas, se ampliaron cauces, se recuperaron zonas de amortiguamiento. El resultado ha sido una convivencia más armónica y, sobre todo, más segura.
Figura 1. Vista aérea del proyecto “Room for the River” en Nijmegen, Países Bajos.
En Bangladesh, las crecidas del río Ganges no dan tregua. La respuesta ha sido una combinación de infraestructura física —como diques y canales— con estrategias comunitarias de vigilancia. Los sistemas de alerta, adaptados a cada región, van desde notificaciones por celular hasta altavoces comunitarios. Cuando el agua viene, lo importante es saberlo con tiempo… y saber qué hacer.
En Estados Unidos, Nueva Orleans se convirtió en ejemplo de lo que sucede cuando se subestima al agua. Tras el devastador paso del huracán Katrina, la ciudad comprendió que los muros de concreto no bastan. Se inició entonces una restauración ecológica de humedales y pantanos que hoy actúan como barreras naturales. No fue una vuelta al pasado, sino una apuesta por un futuro más resiliente.
México: entre avances, desafíos y oportunidades
México observa estas experiencias con atención, pero con sus propias complejidades a cuestas. Muchas de nuestras ciudades crecieron sin considerar los cauces naturales. Se rellenaron lagunas, se entubaron ríos, se construyó en laderas inestables. A eso se suma la fragmentación institucional: los municipios, estados y la federación no siempre jalan parejo. Y como si eso no bastara, el cambio climático está haciendo que las reglas del juego cambien más rápido de lo que las políticas públicas pueden responder.
El contraste entre regiones también marca diferencias. En Tabasco y Veracruz, por ejemplo, las inundaciones son cada vez más intensas y frecuentes. En la zona metropolitana del Valle de México, la urbanización ha hecho que incluso una lluvia “moderada” se vuelva un problema. Mientras tanto, en el norte del país, las sequías extremas pintan un escenario completamente distinto.
Aun así, hay brotes de esperanza. En Quintana Roo, se han iniciado esfuerzos para restaurar manglares costeros, fundamentales no solo para mitigar inundaciones, sino también para proteger la biodiversidad. En la Ciudad de México, proyectos como el Bosque de Chapultepec y la preservación de los canales de Xochimilco muestran que la infraestructura verde no es una utopía: ya está sucediendo. Y en comunidades de Chiapas y Oaxaca, los sistemas de alerta comunitarios, aunque modestos, están salvando vidas.
Figura 2. Vista aérea de los humedales de Xochimilco.
Lo que aún falta… y lo que sí podemos hacer
Defender una idea en un presupuesto público no siempre es sencillo. A veces, las prioridades de corto plazo aplastan las decisiones que verdaderamente transforman. A veces, la experiencia de las comunidades se queda fuera de las mesas técnicas. Pero estas barreras, aunque reales, no son inamovibles.
Los humedales pueden volver a respirar. Las zonas de retención pueden ser también parques, jardines, espacios donde el agua y las personas se encuentren sin miedo. La tecnología puede combinarse con confianza y saberes locales. Y el diseño urbano puede dejar de darle la espalda al río.
Figura 3. Bosquejo del Parque inundable en la Ciudad de México.
Porque, al final, lo que está en juego no es solo infraestructura: es nuestra forma de habitar el territorio. Es nuestra capacidad para escuchar lo que el paisaje nos dice.
Es, en pocas palabras, la forma en la que decidimos convivir con el agua en un mundo donde ya no se puede dar por hecho que mañana lloverá como ayer.
ELABORADO POR: MARÍA CARMEN ESPINOSA, WILLIAM ABARCA Y COSETTE KNAPP.